LA INSPIRACIÓN: ESPERANDO A LAS MUSAS
La inspiración es, según el diccionario, un “estímulo o lucidez repentina que siente una persona y que favorece la creatividad, la búsqueda de soluciones a un problema, la concepción de ideas que permiten emprender un proyecto”.
Por lo tanto, la inspiración no es algo asociado exclusivamente al mundo artístico, sino que se da en cualquier campo. Gracias a un momento de inspiración, muchos grandes científicos resolvieron problemas en los que llevaban meses trabajando sin resultado.
El concepto platónico de la inspiración
Si nos remontamos a los tiempos clásicos, el filósofo Platón ya se preguntó de dónde venía la inspiración. Él toma la teoría de la inspiración como origen de la creación literaria de Demócrito, otro gran filósofo griego.
Según esta teoría, la creación literaria no depende de los conocimientos del escritor sino que surge de la intervención divina. Esto, en los tiempos que corren, puede parecer un tanto descabellado, pasado de moda y otras muchas consideraciones. Sin embargo, muchos autores actuales comparten esta filosofía del escritor como un “canal” a través del cual fluyen los mensajes del Universo (o Dios, según como cada uno quiera verlo). De esto hablamos también en el artículo sobre las sincronicidades.
La inspiración “divina” y el furor poético
Aunque a primera vista pueda parecer lo contrario, el furor no es necesariamente un sentimiento negativo. Tiene la misma raíz que la palabra “furia”, por ejemplo, pero sentir furor no significa que sientas furia, es decir, que estés furioso.
En realidad el furor es un tipo de sentimiento intenso que se genera dentro de ti, un “ansia viva” que te entra por dentro, un sentimiento muy fuerte que te provoca intensas emociones, pero no específicamente rabia. De hecho, según las teorías platónicas, el llamado «furor amoroso» es el responsable de que nos enamoremos.
Los griegos reconocían nada menos que cuatro tipos de furor, cada uno de ellos procedente de una divinidad en concreto:
• El furor divino, que viene inspirado por Dionisos, que posteriormente en la mitología romana es Baco.
• El furor profético, que procede de Apolo, posteriormente conocido en la mitología romana como Febo.
• El furor amoroso, proveniente de Afrodita, el equivalente griego de la diosa romana Venus.
• El furor poético, inspirado por las Musas.
Las Musas eran 9 y cada una estaba asociada con una rama del arte. Su función era bajar del Olimpo al mundo de los mortales e inspirar susurrando al oído de aquellos que las invocaran.
De aquí viene la expresión que conecta la inspiración con las Musas. Por eso algunos artistas hablan de su «musa» particular como fuente de inspiración. Por cierto, en la Grecia clásica todo se escribía en verso, hasta las obras que hoy en día vienen a llamarse de “no ficción”. Así que, cuando Platón habla de poesía se refiere al oficio de escribir en general.
Por otro lado, en palabras atribuidas a Sócrates (Apología de Sócrates, Platón), quien se dedica a la poesía sin haberse dejado raptar por las Musas, ni haber sentido el furor poético en todo su apogeo, no es un poeta verdadero. Ahí queda eso.
El territorio del inconsciente y los sueños
Según Freud, en El poeta y los sueños diurnos (1908), la creación literaria nace en el mismo lugar que las fantasías y las ensoñaciones, es decir, esos momentos en que estamos soñando despiertos. En ese sentido, Freud compara al escritor con un niño que juega. Los dos de igual manera se toman muy en serio su juego / sus ensoñaciones.
Esto en principio podría rompernos los esquemas, ya que según la visión psicoanalítica la inspiración poética no viene del exterior, sino del interior, del propio inconsciente.
Ahora bien, Carl Jung también investigó años más tarde sobre el arte como fenómeno psíquico. En su ensayo “Psicología y poesía” (1930) habla de dos tipos de creación literaria: la creación psicológica y la creación visionaria.
En la creación psicológica, la inspiración parte de uno mismo, del propio inconsciente, de forma parecida a lo que afirma Freud. Pero la teoría psicológica de Jung va un paso más allá que la psicoanalítica, ya que Jung cree que, además de poseer un inconsciente individual, todos formamos parte de lo que llama el “inconsciente colectivo”. Si quieres profundizar más sobre este tema, lee el artículo sobre la teoría de los arquetipos junguianos.
La creación visionaria, según Jung, toma como fuente de inspiración ese inconsciente colectivo plagado de símbolos, sabiduría arcaica e imágenes primigenias. Es el inconsciente colectivo, donde reposan todos los sueños de la humanidad, esa musa que nos susurra al oído. Por lo tanto, su teoría sirve como enlace entre la visión de la creación como producto del subconsciente y la teoría más “galáctica” de la creación como producto de una inspiración externa y definitivamente mística.
«El principio creador, arraigado en la condición de inabarcable de lo inconsciente, permanecerá eternamente oculto al conocimiento humano.»
Carl Gustav Jung
¿Cómo encontrar inspiración?
Vale, muy bonita la teoría de las Musas, pero con la venia de los grandes filósofos griegos, permitámonos poner en duda que nos lleguen las Musas a susurrar al oído. Y tampoco parece una opción muy viable “darse un paseo” por el inconsciente colectivo cada vez que necesitemos inspiración.
Bueno, a fin de cuentas quizás no importe tanto descubrir dónde o cómo se produce la inspiración (eso se lo dejamos a los científicos y a los filósofos) sino qué hacer para acceder a ella, o mejor dicho que ella acceda a nosotros. Para sentir ese “rapto” o furor interno que nos inspira.
Probablemente, las Musas, el Universo o como quieras llamarlo siguen ahí, susurrándonos al oído ideas inspiradoras. Lo que pasa es que les prestamos poca atención.
El mundo de hoy en día no les deja mucho espacio de maniobra a los susurros de las Musas. Siempre estamos ocupados con algo, de la mañana a la noche. Y no digo con algo de vida o muerte, sino simplemente estas acciones secundarias que siempre realizamos de telón de fondo: escuchar música en el coche, whatsappear en el autobús o ver vídeos de YouTube mientras desayunamos…
Quizás por eso, muchos de nosotros sentimos esos chispazos de inspiración en momentos tan inesperados como a veces poco adecuados: en la cola de un supermercado, en el tranvía, en un ascensor o en las escaleras mecánicas. Puede que, en realidad, no sean esos los únicos momentos en los que llega la inspiración, sino los únicos momentos en que la escuchamos. Los momentos en que no queda más remedio que escuchar, porque no hay otra cosa que hacer.
Esto les ha pasado tanto a artistas como a científicos. Por ejemplo, el químico ruso Dmitri Mendeléiev inventó la tabla periódica de los elementos no solo en un tren, sino encima en un sueño, porque se había quedado dormido mientras viajaba.
La inspiración llega cuando menos la buscas
Según Graham Wallas, autor de El arte del pensamiento (1926), la inspiración no es la primera fase del proceso creativo, sino la tercera. Antes de ella vienen otras dos etapas, la de preparación y la de “incubación”, que es una fase en la que no tienes que hacer absolutamente NADA, solo estar atento y escuchar. Y ahí es donde llega el “momento eureka”.
Esto no significa que si uno se sienta a esperar a las Musas, como quien espera a que llegue el autobús número 21, llegará rauda y veloz la inspiración caída del cielo. Eso no siempre funciona así. Como decía Picasso: “Cuando llegue la inspiración, que me encuentre trabajando”.
Si la inspiración llega en un momento en que no estás receptivo a ella, ni siquiera te darás cuenta de que ha llegado. Pasará de largo como si nada. De hecho, volviendo al ejemplo de Dmitri Mendeléiev, él era un químico que llevaba mucho tiempo intentando encontrar la solución al problema de la disposición de los elementos en la tabla periódica. No era un “simple mortal” que se quedó dormido en un tren y de repente soñó con la tabla periódica (eso sería bastante “spooky”). Indudablemente Mendeléiev se encontraba ya en la tercera fase de su proceso creativo, como indica Graham Wallas.
En conclusión, mantenerse receptivo a la inspiración constituye un ejercicio de apagar la mente, hacer caso a nuestra intuición, nuestras fantasías y nuestros sueños. Tal como indica la teoría de Graham Wallas, no hagas nada en los momentos en que no hay nada que hacer. ¡Tan simple como eso! Esperando el autobús, conduciendo al trabajo, planchando camisas… Apaga el móvil, quita la tele y desenchúfate por completo. No hace falta ni yoga, ni tai-chi, ni “mindfulness”. Tarde o temprano llegarán las Musas, y con ellas la inspiración y el «furor poético».